Tal, Cual y Pascual.

– Hola, yo soy Tal. ¿Tu eres…?

– Encantado, soy Pascual. ¿Vienes de parte del novio?.

– De la novia, nos conocimos en el Máster de No-se-qué aplicada.


Se sonríen como tontos y lo inevitable ha ocurrido ya. Tal y Pascual, que no se habían visto (ni oído) nunca se han encontrado en la barra de canapés y ahí están, frente a los pinchitos de foié pidiendo lo mismo e igual de perdidos. Y sintiéndose cómodos no han dicho un disculpa, voy al baño ni un mi amiga está sola y aún tenemos quince años.

Sencillamente no han querido hacerlo, ya están bien donde están y los tacones no son tan incómodos. Podría haber prendido el velo de la novia frente a ellos y no lo hubieran visto, porque Tal está apuntando su número y Pascual ya le cuenta su viaje a Nepal. Y ella escucha atenta mientras piensa que ese debe ser el chico más alto y menos pretencioso que ha conocido nunca.

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A veces pasa. Que alguien te encuentra vagabundeando por el mundo en la barra de canapés en la boda de alguien o en una parada de autobús, con tu moño de los domingos y la cara lavada. Y tú dejas de tener tanta prisa y te quieres quedar. Te inventas una excusa barata para esperar al siguiente bus o pedirte otro canapé y dejas que te tiemblen las piernas.

Probablemente Pascual no sea tan alto y su viaje a Nepal no tan trepidante, quizás sí sea un poco pretencioso a veces. Pero eso ya da igual, ya es tarde.

Es tarde porque hace tiempo que Tal ya no lee majaderías en la sección de horóscopos en las revistas y Pascual ha dejado de escribir a su ex por esos calcetines que representan tanto para él. Es demasiado tarde porque Tal ya no se muerde tanto las uñas y Pascual se ha quitado esa barba porque la oyó decir que ella los prefiere sin.

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No puedo decir que crea en las almas gemelas ni en las medias naranjas. No somos puzzles por acabar. Y si lo somos, no podemos pedirles las piezas a otro, ¡eso es hacer trampa!. Además, a mi Yo científica aún le cuesta creer que uno pueda tener tanta suerte de encontrar las piezas en el bar de abajo, porque la frase one in a million es más bien one in 7 thousand millions y si alguna vez has jugado a lotería, ya sabes de lo que estoy hablando.

No creo en las medias naranjas, en cambio sí en el amor. Y soy una romántica empedernida, en serio, de las que no tienen remedio. Y como tal, soy fiel defensora de los encuentros a destiempo, de la forma más absurda e impensable y con quien no te hubieras planteado ni una partida al Parchís.

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Pero el amor te encuentra, aunque sea en bata de ir por casa y con la cama por hacer. Te pilla incluso con esos quilitos que te traen los Reyes cada Navidad o esas orejas que siempre intentas disimular. Y tú, si eres lista, te dejarás convencer. Porque puede que a ese chico también le guste la ornitología y a ti te acabe interesando el jazz.

Háblale de ti, que eres muy interesante y pregúntale qué le gusta desayunar. Invítalo a cenar y explícale que duermes mejor si fuera llueve a cántaros, que te relaja muchísimo. Que una vez confundiste el jengibre con salmón y desde entonces odias la comida japonesa. Dile que desde que le viste no has parado de sonreír en el trabajo y que ya no te salen las cuentas. Despéinate un poco, que la gomina no te sienta bien.

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Y si resulta que no es ella, La Definitiva, no pasa nada. Quizás solo había venido a enseñarte a cocinar crêpes y a que te olvides de tu jefe. Puede que sólo pasara por allí para despertar tu interés en Nepal y que te compres un billete de ida y no de vuelta. Gracias por la visita y mucha suerte en tu camino.

Deja de pensar y sal a que te dé el sol. Que cualquier tiempo pasado fue mejor es la mayor milonga que me han contado nunca y una gran excusa para no moverte del sofá. Love goes on, así que déjate querer. Que Pascual podría estar en cualquier parte y esta vez quiere bailar contigo.

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6 comentarios en “Tal, Cual y Pascual.

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